Para los padres, el amor
incondicional que sienten por sus hijos es claro, pero los hijos no siempre lo
sienten tan claramente. Cualquier niño se preocupa por agradarles a su madre y
a su padre, y cree que así se ganará su amor. Para él, la sonrisa de aprobación
de sus padres es amor, y la reprobación que ven en una mirada seria o en un
regaño es el “no amor”.
Es importante que los niños
tengan muy claro que, aunque la madre o el padre reprueben determinadas
actitudes de ellos, el amor que
sienten NO está en tela de juicio.
Para que el niño se sienta amado incondicionalmente, es
necesario, sobre todas las cosas, que sea respetado.
Respetar a los hijos significa:
· Darles espacio para que tengan sus propios
sentimientos sin ser juzgados por eso, ayudándoles a expresarse de manera
socialmente aceptable. Decirles cosas como “es feo que te enojes” o “está mal que te sientas triste” no es
adecuado. Lo que puede estar mal en todo caso es la expresión inadecuada del
sentimiento, como, por ejemplo, pegarle a alguien si se está enojado. Pero
sentir enojo, es algo que no se puede evitar.
· Aceptarlos como son, aunque no
correspondan a las expectativas de los padres. Necesitan tener sus propios
sueños, pues no nacieron para realizar los sueños de los padres.
· No juzgarlos por sus actitudes. Los niños se
equivocan mucho porque así aprenden. La madre y el padre pueden y deben
juzgar las actitudes, pero NO a los
hijos. Si la actitud fuera egoísta, debe señalarse el egoísmo, pero no diciendo
“eres muy egoísta”. Frases como “eres torpe”, y “eres malo en ciencias”
califican al niño, no a la acción, hacen que el niño se sienta egoísta, torpe y
sin gracia. Por tanto estas calificaciones se convierten en parte de su
identidad. En todo caso si no se puede evitar hacer estos comentarios, deben
ser dirigidos a la acción “eso que
haces es una tontería”, en lugar de “eres un tonto”, siempre podré dejar de
hacer lo que hago mal y ya no hacer tonterías; en el otro caso, no podré dejar
de SER un tonto.
El respeto al niño le demuestra
que es amado no por lo que hace o tiene, sino por el simple hecho de existir.
Al sentirse amado, se sentirá seguro para realizar sus deseos; podrá
arriesgarse, equivocarse sin ser juzgado, tener su propio ritmo y descubrir
cosas nuevas que lo lleven a realizar algunas conquistas. Hablar no produce una
catástrofe afectiva. De esa forma el niño desarrolla su autoestima, gran
responsable sobre su crecimiento interior, y se fortalece para ser feliz,
aunque tenga que enfrentar contrariedades.